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El uso del lenguaje de señas en la observación de aves fomenta la inclusión en el CURSO DE CAMPO EN ZONAS FRONTERIZAS

  • Writer: Ivanna Tautimez
    Ivanna Tautimez
  • Aug 11
  • 4 min read

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Las aves me han acompañado en mi día a día desde hace más de 5 años. Mientras me desarrollo trabajando en el área de educación ambiental, constantemente me pregunto ¿Cómo podemos hacer de las actividades al aire libre espacios para el disfrute de todas y todos sin importar su contexto o condición?


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Durante un taller de avistamiento de aves en mi ciudad, Hermosillo, llegó un asistente en silla de ruedas acompañado de su mamá. Al verlo, me puse a pensar en cómo adaptar la parte práctica del taller, que sería al siguiente día sobre un sendero arenoso, de tal forma que fuera accesible para todos. Al llegar a casa, investigué y descubrí iniciativas que promueven actividades al aire libre inclusivas. Esa experiencia me motivó a ajustar la idea inicial del taller y despertó en mí el deseo de pensar en los espacios a mi alrededor, considerando a personas con diferentes capacidades. Así nació el taller sobre pajareo incluyente.



Comunicación sin ruido, conexión más profunda

¿Te has puesto a pensar en cómo las rampas —diseñadas originalmente para personas en silla de ruedas— también benefician a quienes se desplazan en bicicleta, en patineta, con maletas, con carritos de carga o pasean a sus bebés en carreola? A ese fenómeno se le llama efecto rampa. Es decir, una mejora pensada para un grupo termina beneficiando a muchos más.


Creo que algo similar ocurre con las actividades al aire libre. No se trata de que todas las personas puedan realizar todas las actividades, sino de pensar en cómo hacer estos espacios más amigables para todas y todos.


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Un ejemplo personal ha sido mi experiencia al salir a observar aves. He empezado a incorporar señas de la Lengua de Señas Mexicana (LSM) para nombrar a las especies. Aprendiendo los colores, los nombres de las aves y las partes del cuerpo, es posible combinar estos elementos para referirse a una especie en particular. Esta práctica también la disfruto con otros animales, ya que existe una mayor variedad de señas en LSM para referirse a la fauna en general.


Ahora, imagina los beneficios de usar señas en actividades al aire libre. Para observar animales en su hábitat, el silencio es clave, ya que así se reduce la perturbación al entorno. Entonces, ¿por qué no aprovechar la LSM para complementar la comunicación? Esto no solo mejora la experiencia, sino que también abre la puerta para invitar a amigos o personas de la comunidad sorda a compartirla.


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Pajareo incluyente durante el Curso de Campo en Zonas Fronterizas

Una experiencia especialmente significativa ocurrió durante el Curso de campo en zonas fronterizas, donde tuve la oportunidad de facilitar un taller sobre observación de aves con enfoque incluyente. Imagina un grupo de personas con perfiles diversos —de distintas disciplinas, intereses y experiencias— compartiendo tiempo al aire libre en lugares increíbles. Así fue esta vivencia.


El quinto día del curso terminó con una sesión teórica. Hablamos sobre técnicas para identificar aves, pero también dedicamos tiempo a aprender señas en Lengua de Señas Mexicana (LSM). La idea era prepararnos para vivir la naturaleza desde otra forma de comunicación, una que no interrumpiera el ambiente ni excluyera a nadie.


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Vida Silvestre, señas y silencio

Al día siguiente, nos levantamos temprano. A las 6:00 a.m. ya estábamos listos, dispuestos a agudizar nuestros sentidos. La mañana era fresca y el cielo nublado, lo cual hizo más agradable la caminata.


Apenas habíamos dado unos pasos dentro del área natural cuando se dejó ver el primer visitante alado: un ave pequeña voló rápidamente de un arbusto a otro, justo frente a nosotros. Nos detuvimos, binoculares en mano, tratando de seguir sus movimientos inquietos. Después de unos minutos, por fin se posó en la parte superior de un arbusto.


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Era un pájaro pequeño, de plumaje amarillo brillante y una especie de "gorro" oscuro sobre la cabeza. Entre emoción y concentración, pude notar que era un chipe corona negra. Fue el momento perfecto para practicar lo que habíamos aprendido. Comenzamos a comunicarnos con señas: ave, amarillo, cabeza, negro. Así describimos colectivamente lo que habíamos observado. Luego, buscamos en la guía de campo para confirmar la especie.


Al ser el chipe corona negra una especie migratoria, lo vimos varias veces a lo largo del recorrido, lo que hizo que su identificación fuera cada vez más sencilla. Pronto empezamos a reconocerlo casi de inmediato.


Durante la caminata también tuvimos la fortuna de observar otras especies. Identificamos un mosquero cardenalito, usando las señas: ave, rojo, negro. Vimos una pequeña parvada de palomas de alas blancas, para las que usamos: cuatro, paloma, ala, blanco. También avistamos una aguililla gris, representada con: ave, rapaz, gris, y más adelante, algunos patos, para los que usamos directamente la seña correspondiente.


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Y no solo fueron aves. A lo largo del recorrido nos encontramos con otros animales y señales de vida silvestre. Observamos un conejo, huellas de venado y jabalí, y varias especies de hormigas, con las cuales también practicamos señas. Esta conexión con la fauna, más allá de lo visual o auditivo, se convirtió en una experiencia sensorial y compartida. 


Después de una intensa y emocionante jornada de pajareo, nos reunimos para compartir un desayuno lleno de sabor y compañía. Luego, recogimos nuestras cosas con el corazón ligero y listos para alzar vuelo hacia la próxima aventura.



El vuelo es más divertido cuando nadie se queda atrás

Las aves son un constante recordatorio de que la naturaleza no entiende de fronteras, y que la diversidad —en todas sus formas— es su mayor fortaleza. 


Pajarear no es solo una actividad para identificar especies, es una oportunidad para detenernos, observar y aprender a convivir. Es una práctica que despierta los sentidos y nos conecta con algo más grande que nosotros mismos. Pero también puede ser —y debe ser— una herramienta para abrir caminos, para cuestionar quiénes están presentes en esos espacios y quiénes han sido históricamente excluidos.


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La inclusión no es solo adaptar un sendero o aprender señas; es una forma de ver el mundo. Es comprender que cuando diseñamos experiencias pensadas desde la diversidad, no solo estamos facilitando el acceso para unas cuantas personas: estamos ampliando la experiencia  para todas y todos.


Me gusta la idea de imaginar un futuro donde al salir al campo no solo pensemos en llevar binoculares y guías, sino también en cómo comunicarnos sin palabras, en cómo compartir el silencio con otros, en cómo abrir el sendero para quien se mueve distinto, escucha distinto o percibe distinto. Ese es el horizonte al que aspiro cuando se habla de un pajareo incluyente.

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